«Escribimos para descubrir lo que pensamos», decía Joan Didion. Algo de eso parece encapsularse en este documental dirigido y protagonizado por quien muchos conocimos como la detective Olivia Benson en La Ley y el Orden. Lo que revela Mariska Hargitay no es solo una historia familiar, sino una de las búsquedas más conmovedoras del año. Esta es nuestra crítica del documental My Mom, Jayne.
Luego de la pandemia, con más de sesenta años, Hargitay emprende un viaje hacia su identidad. Lo que comienza como un intento de redescubrir a su madre, termina siendo un proceso de sanación. Jayne Mansfield —ícono de la cultura pop, símbolo sexual fabricado por Hollywood— murió cuando Mariska tenía apenas tres años, en un accidente de auto del que sobrevivieron ella y sus dos hermanos. Mansfield fue una figura amada por el público, pero mantenida a distancia por su propia hija. En tono confesional, Mariska admite que durante años le dio vergüenza su madre, y que recién después del encierro sintió la necesidad de reclamar su historia, de entenderla, conocerla, recuperarla.
A través de su mirada adulta, volvemos a mirar a Jayne. Y la vemos distinta. No como el cliché de la rubia exuberante que la industria moldeó para facturar, sino como una mujer sensible, brillante, apasionada. Jayne también había perdido a su padre a los tres años; criada por una madre que le enseñó música y la empujó hacia el estudio en un pequeño pueblo de Pennsylvania, se casó joven y fue madre adolescente. Pero quiso más. Quiso actuar. Y con una hija en brazos, se animó a perseguir su sueño. En esa decisión ya había una valentía que hoy se siente muy significativa.
En ese camino aparece Mickey Hargitay, compañero y padre amoroso que intentó construir una familia en medio del caos. Allí late el corazón del documental, no solo en la reivindicación de Jayne Mansfield y en el cuestionamiento a la maquinaria de la industria, sino también en la reconstrucción de la memoria, la identidad y el amor. Porque My Mom, Jayne es también una oda a quienes crían con ternura y con entrega, a Mickey, a la madrastra de Mariska, a quienes sostienen cuando todo se derrumba.
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Además, en el documental encontramos una verdad íntima que se revela con una honestidad demoledora. Mariska es hija de un amorío de Jayne con un hombre italiano, a quien conoció recién a los 25 años. Guardó ese secreto por décadas, por lealtad a Mickey. Sólo ahora, a los 61, se anima a abrazar su verdad y compartirla. Porque sanar también es contar.

En esta historia profundamente personal hay una resonancia universal que emociona hasta las lágrimas; la de domar el trauma. La de atreverse a volver al pasado y reconocer que muchas veces nuestras certezas eran mitos prestados. Y que, a veces, la única forma de reclamar el alma de de quienes creímos conocer es volverlos a caminar sus pasos en el tiempo que estamos listos para hacerlo. Y sobre todo, permitirnos abrazarlos una vez más.